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Internacional
 
28/10/2008 - 21:38 | Tiempo de lectura: 3:00 min.
Una pesadilla Americana
Mauricio Rabuffettipor Mauricio Rabuffetti – Washington DC.
Imagínese que a usted de niño le enseñan que vive en un país en el que todo es posible. Imagínese que le inculcan la loca idea de que con trabajo duro y esfuerzo, podrá conseguir todo aquello que se proponga. Piense por un momento que usted crece en una sociedad en la que lo entrenan para perseguir un sueño: ser un líder en lo que sea que haga, ser reconocido por los demás en su campo de actividad, y, en este mundo ideal, lograr el anhelo de tener un buen pasar material.

Ahora, supongamos que esta idea se convierte en el leif motiv de 300 millones de personas que viven juntas en un mismo país, en el que confían tanto que son capaces de endeudarse hasta el límite posible porque están convencidos de que podrán pagar. Podrán pagar su hipoteca, podrán pagar las cuotas mensuales del auto nuevo, y las de múltiples tarjetas de crédito que siempre estarán al límite porque, a fin de cuentas, siempre se puede refinanciar o conseguir un empleo extra para el fin de semana. Si usted junta todo esto, entonces tendrá un resultado único posible: Estados Unidos. Un país en donde el consumo exacerbado y con frecuencia innecesario de individuos y familias, representa el 70% del Producto Interno Bruto y es la caldera central del comercio mundial.

¿Qué haría usted si viviera en este país? Con toda seguridad, lo mismo que todos los demás: iría detrás del "sueño americano", ese del que hablan las películas y que solo puede comprenderse a cabalidad cuando se vive en una sociedad como la estadounidense que, para bien o para mal, tiene una fe sin límites, casi dogmática, en sus posibilidades colectivas. Si tiene un poco de suerte y le va bien, usted tendrá buenos autos, una casa cómoda y tal vez, un retiro que le permita hacer un par de cruceros por el Caribe. ¿No está mal verdad?

Con el paso de los años, el modo de vida estadounidense, el "american way of life", fue llevado a extremos tales que las personas, además de comprar sin tener dinero, comenzaron a adquirir bienes que valían más de lo que razonablemente ganarían en toda su vida. Una casa fabulosa, por ejemplo.

Cuando la economía se desaceleró en 2007, quien tenía siete casas -siete hipotecas por las que se había endeudado, debí decir-, no pudo pagar algunas cuotas. Y en tres meses su historia de crédito, el expediente sagrado que en la tierra de George Washington dice que se puede comprar sin tener para pagar, se arruinó. Chau, "sueño americano". Adiós, aunque sea por un tiempos. Sean ustedes bienvenidos a la realidad del resto de los mortales, que aprenden a vivir con incertidumbre y tienen que ahorrar si quieren comprar.

Los comerciantes, que nunca vieron una situación como la actual, no se resignan del todo y tratan de ayudar como pueden a que sus clientes no se apoquen y sigan comprando. El dos por uno se convirtió en tres por uno, se anuncian descuentos de muchísimo por ciento en las tiendas de ropa, los autos se compran sin pagar interés y el comprador se lleva un cheque de miles de dólares como recompensa por asumir un nuevo crédito. Los centros comerciales ya no están llenos los fines de semana y los precios en las etiquetas son tan negociables como la paz en Zimbabue.

Las cifras del desempleo suben, la confianza de los consumidores baja. Los trabajadores aceptan hacer más por menos. Los bancos no dan crédito. La venta de casas está paralizada. De construir viviendas nuevas, ni se habla. La evolución minuto a minuto de los índices de Wall Street, la bolsa más importante del mundo, aparece en las pantallas de las grandes cadenas de televisión al costado de la temperatura y la hora.

En el día a día, la vida sigue. La crisis en Estados Unidos no es como esas que golpean periódicamente a nuestros países latinoamericanos. Mucha gente puso el pie en el freno de las compras, pero sigue teniendo trabajo y pagando sus cuentas, y quien está desempleado tiene la esperanza, muy razonable, de que todo mejorará.

El económico es quizá el más pasajero de los problemas que esta crisis de crédito le acarreará a Estados Unidos.

Lo que está transitando el país es un shock cultural de proporciones inimaginables para la optimista sociedad estadounidense, que hace un culto de su modo de vivir. Y sus consecuencias van mucho más allá de un simple retroceso del consumo. Las convicciones y los valores que hacen la fuerza del país, aquellos en los que se funda su existencia misma, entraron en crisis.

No habrá tal cosa como el final del capitalismo, ni se producirá la caída de la superpotencia. Estados Unidos superará esta instancia y cosechará lecciones de la experiencia. Los estadounidenses aprenderán, de la manera más dura imaginable para ellos, que su modelo ideal y exportable de vida, tiene límites.
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