El “efecto psicológico” que produce ver todos los días la palabra crisis en los titulares de los diarios e informativos de televisión, y las dificultades económicas reales que afectan a España -aumenta el desempleo, se congelan los salarios, el precio de las hipotecas está por las nubes, etcétera-, parecen ir modificando las pautas de consumo de muchas familias, aún sin mermar demasiado su calidad de vida. En algunos casos, parece que el miedo que infunde la crisis ha ido corrigiendo “malos” hábitos adquiridos en los tiempos de bonanza, en los que todo parecía dar lo mismo, lo que provocaba ciertos excesos que ahora, quizás, lleven el péndulo al otro extremo.
Ejemplo de esos cambios tendientes a la contención del gasto a pequeña escala se aprecian en las cestas de la compra del “super”: la gente recurre cada vez más a las llamadas marcas “blancas”, los productos etiquetados por el distribuidor (lácteos, harinas, artículos de cocina), que suelen ser bastante más económicos que los de las firmas del fabricante; los alimentos frescos (pescados y carnes en general) son más baratos y de mayor calidad en los mercados tradicionales que en las grandes superficies. También se ve más gente con su lista de compra encima para limitar el gasto y evitar caer en “pequeños” vicios (chocolates, galletitas, yerba mate), y las promociones de libros, revistas, discos y películas que acompañan a los periódicos.
Las salidas al cine o al teatro los fines de semana son cada vez más prohibitivas, aunque yendo el día del espectador la cuenta puede reducirse casi a la mitad. Las bibliotecas públicas o las salas de lectura de algunas librerías o centros comerciales (La Casa del Libro, Fnac) son muy concurridas. Lo mismo sucede con los parques (el Retiro se hace casi intransitable los domingos por la tarde), entre otros espacios verdes, donde se organizan salidas en familia, picnics y “picaditos” de fútbol. Otras opciones para emplear el tiempo libre -sin tirar mucho de la tarjeta de crédito- son las excursiones al monte; de hecho, gana cada vez más adeptos la práctica del senderismo por la sierra y la montaña, deporte que resulta más sano y económico que ir a un gran parque temático o al “shopping”.
Se organizan más cenas en casa, lo que permite explotar las habilidades culinarias, aparte de ahorrar dinero; más allá de ocasionales salidas a bares, restaurantes, pubs y terrazas. Y las vacaciones se planean con meses de antelación y atentos a los anuncios de las agencias de viaje que ofrecen mayores descuentos cuanto más tiempo falta para concretar el viaje. Mientras que el uso del transporte público con frecuencia es más económico que el coche privado, y hasta puede resultar más rápido; el abono mensual básico para viajar en metro y en autobús en Madrid cuesta 43,50 euros, menos de lo necesario para llenar el tanque de un vehículo normal de ciudad.
En casa, la política de contención obliga a regular el aire acondicionado y la calefacción, desenchufar la PC, la TV y hasta el microondas, comprar bombillas de bajo consumo, poner la lavadora al límite de su capacidad y aprovechar la luz natural. La ropa y los accesorios son los productos que menos han aumentado en el último año, según el IPC. No obstante, para renovar el armario, muchos aprovechamos la temporada de “rebajas” de las tiendas y visitamos los “outlets”abiertos a las afueras de Madrid. El uso del celular se limita cada vez más al envío de mensajes de texto o al recurso de la “llamada perdida”; con eso se ahorra dinero y palabras.
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